Es como una droga. O más bien, una adicción a cualquier cosa, en realidad.
Como un violento episodio maniático, mis dedos, mis uñas, recorren los recovecos visibles y los ocultos de tu piel.
Pero esa no es la adicción.
La adicción es el provocar y tentar al dolor.
Y puedo decirte, sin lugar a dudas, que me provocas y compartes los dolores más placenteros.
Eso es lo que busco.
No debería caer, no debería asomar mi humano y estúpido pellejo al borde del abismo.
Sé lo que eso me hace.
Me marea, me irrita, me enferma. Me pone en un estado de nervios,
alteración creciente.
Me hace llorar. Me hace querer saltar.
Me hace querer volver al dolor real, que quiero reemplazar con el lujurioso y placentero dolor
que pretendo abarcar.
Uno. Una. Unos. Unas.
Todos. Un medio para un fin. Y un fin,
para un dulce, dulce medio.
Las cadenas pueden aparecer en mi cabeza,
moralistas ecos que retumban, pero pronto quedan fuera.
No me importan luego.
Quiero el ardor, del dulce y maniático dolor.
No me importa que me lastime,
te estoy dando mi permiso
y pidiendo por ello.
No, querido.
No, querida.
No es una fantasía,
es un anhelo,
es una necesidad que emerge urgente.
Quizás sea malo
el querer tanto ese calor, ese ardor.
Mis alas también se derretirán si me acerco mucho al sol?
Quién sabe.
Solo necesito.
Necesito.
Pedazo de mi cielo, no me pidas nada,
que no sabes lo que estas haciendo.
Soy sol caliente y destructor,
pero la luna sombría, nocturna y cíclica
también brilla en mí.
No busco mi droga,
sólo a mi placebo
por todo el tiempo que puedo.