martes, 18 de septiembre de 2012

Mar, olas y cambios...

   No sé que es lo que busco escribiendo ésto, ni siquiera sé qué es lo que quiero decir en sí. Sólo tengo deseos de escribir, es un sentimiento que de vez en cuando se me atraviesa en el medio de la garganta, es un especie de verborragia literaria, por decirlo de algún modo.
   Unas cuantas cosas que quiero decir, que retengo y mastico durante tanto tiempo, que me parece casi una injusticia el que nadie las conozca, las escuche o que las lea.
   No voy a decir que la vida es horrible, pero tampoco que es una maravilla. La vida es vida, simplemente eso. La vida es.
   Siempre se sufre y se disfruta, algunas veces más lo primero, otras, lo segundo; y algunos en mayor medida que otros. Pero así es la vida. Es una oleada de cosas inesperadas que nos van sucediendo, a las cuáles tenemos que ajustarnos, moldearnos , así como también romper esos esquemas, ciertas brechas, para poder ser mejores con nosotros mismo, para poder respirar.
   No se porqué, se me viene a la cabeza éste ejemplo algo tonto quizás, pero me sirve para explicar lo que muchas veces siento (quizás en cada día de mi vida). Cuando era niña, teniendo unos 7 u 8 años, conocí el mar por primera vez, y me enamoré al instante de él, sin embargo, al ver el movimiento de las olas, sobretodo de las más grandes, sentía cierto miedo (mucho,al decir verdad). Una vez que me metí al mar por primera vez, y ver y sentir de cerca al agua, las olas, la brisa, me sentí más calma, pero no todo es perfecto... Las que parecían ser pequeñas olas, tenían una fuerza mayor, que lograban tumbarme, pero al verme casi desparramada ya en la orilla, no pude evitar reírme de lo que me daba tanto miedo, y en la ridícula posición que había terminado. Aprendí cómo posicionar mis pies y piernas, y a tratar de calcular la fuerza de las olas para así poder estimar la fuerza de las olas, y por un tiempo, dejé de caerme.
   Pero repito, nada es perfecto, pero gracias a eso, pude disfrutar aún más de lo que me rodeaba.
   Como decía, aprendí a "manejar" las olas pequeñas, y como toda niña, empezaba a aburrirme, a confiarme de lo que "ya sabía", por lo que miraba distraída a mi alrededor, observaba a los otros niños, a sus padres, a mis padres en la orilla, hasta que vuelvo la mirada hacia el mar en sí y me encuentro con una ola un poco más alta que yo (la cuál yo consideraba gigantesca). En ese momento, sentí mucha inseguridad, porque yo no sabía cómo enfrentarme a eso, qué hacer, y cuando quise reaccionar, la ola me golpeó y yo quedé debajo del agua. Quizás fueron segundos, o unos cuántos minutos, no lo sé, pero la adrenalina que sentí en ese momento no la voy a olvidar. Sentía que estaba por ahogarme, no podía moverme mucho (había aprendido a nadar apenas el verano anterior), pero lo mismo puse mi mayor esfuerzo, hasta que salí a la superficie.
   No saben la tremenda sensación de alivio que experimenté en ese instante, no saben la alegría inmensa que se albergó en mí al verme "vencedora" con esa ola. Me dí la vuelta, y ví que mi padre se estaba metiendo al agua, pero yo en ese instante le sonreí, para confirmarle que estaba bien. Que iba a estar bien.
   Lo que quiero decir es, que ahora, con unos años más y muchas experiencias vividas, gratas o no, la vida siempre nos golpea, de maneras en las que ya estamos acostumbrados, o de maneras en las que creemos podemos calcular cómo nos vamos a sentir, cómo podemos reaccionar. Los golpes que nos da la vida pueden ser leves, o fuertes, pueden ser impactos positivos o negativos, pero de todos ellos aprendemos, todos nos dejan algo.
   Todo es un cambio constante en la vida, siempre manteniendo nuestra esencia, siendo nosotros mismos con todo lo que vamos aprendiendo, con lo que vamos experimentando...
   Pero si no hay cambio, no hay vida...
 

domingo, 16 de septiembre de 2012

Mi enfermedad se llama: amor

Mi enfermedad letal, dolorosa e incurable es la de haber nacido.
Desear amor, sin haberlo conocido y amar y seguir esperando a que éste mejor las cosas, que me haga sentir bien.
Pero el amor nunca funcionó para mí, eso es lo que la vida me enseñó, así fue cómo el desastre donde me crié me expulsó a la vida.
Nací rota, sin arreglo, sin solución,y así será cómo voy a pasar el resto de mis días, sufriendo por todos los que amo, que sólo buscan la manera de abandonarme.
Todos aquellos que real y dolorosamente amo, desearon, en algún momento (y muchos más) que nunca hubiera nacido, que no hubiera existido, que no permanezca a su lado por más tiempo...
Y ésa es mi enfermedad, seguir amándolos más que a nada,a pesar de saber que hacerlo me acorta la vida, me lastima, me va a matar..  
Después de todo, el amor no me hizo nunca feliz.